Esta vez no pude evitarla.

Volvía del claro donde él me espera a veces, cuando la niebla cubre los caminos y la Sagrada Orden está lo bastante ocupada como para no contar a las personas que formamos parte de ella. Me aseguré de borrar las huellas, ocultar mi cabello, y cualquier señal de mi paso.

Pero Mimori me esperaba igual.

Sentada en una roca. Como si supiera que iba a pasar por ahí.

No me dijo mi nombre. Solo:

“¿Es verdad?”

No fingí no entender. No con ella. Porque no puedo.

Me encogí. Ese gesto que no niega ni afirma, pero duele igual.

Entonces siguió hablando.

“Es un renegado, Andarna.” Su voz no era dura. Era… agotada. Como si le costara más decírmelo que a mí escucharlo. “No podés confiar en alguien que eligió el exilio. Alguien que tantea el sendero de Sakara… ¿qué sabés de él cuando no lo estás mirando?”

Quise decirle que lo conozco, cuando ni él se reconoce. Que no se trata de confianza. Pero continué sin decir nada. Porque eso sería admitirlo.

“Te vas a romper”—siguió ella—“Y yo no sé si voy a poder armarte de nuevo. ¿Del lado de quién estás?”

Me acerqué. Quise tocarle el hombro. Ella no se apartó, pero tampoco se relajó.

“No quiero perderte” murmuró.

Y ahí sí. Ahí dolió.

Autora: Ely