Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


khylz

Khylz


Carpintera Sombría




Clase: Cazador

Raza: Elfo

Género: Femenino

Nacimiento: 1492 (883 d.bA)

Fallecimiento: -

Lealtad: Hordas del Caos

Relacionados: Relacionados: Navi (Compañera) - Eldritch (Compañero) - Thomas Shelby (Compañero) - Shermie (Compañero)



Descripción física y personalidad


Khylz no oculta la dureza de una vida forjada a golpe de pérdida y desengaño. Sus ojos azules, arrastran un cansancio hondo, una tristeza que se le pegó al alma mucho antes de lo que le correspondía. Su cabello rojizo, rizado y con vida propia, rara vez se deja domar. Ahí, en la frente, lleva incrustada una piedra solitaria, el último recuerdo tangible de una familia deshecha. Tantas decepciones la han vuelto cínica, sí, pero también increíblemente sensata . Valora su soledad, pero de vez en cuando, alguna conexión inesperada la sacude por completo.

Inicios del personaje


Año 1430: Mi infancia y la Semilla del Rencor

Nací en Ullathorpe. Hija de Alacasser, un campesino que se dejaba la piel trabajando, como tantos otros. La Ullathorpe de mi infancia no conoció la abundancia, solo recuerdo calles polvorientas y los rostros de la gente, marcados por una gran pobreza. Mi padre y otros como él atribuían al Imperio. El hambre era algo ya familiar, un apretón constante en el estómago, . Mi madre había partido años antes, dejando un vacío inmenso. Mi padre, con todo su amor y sus manos callosas, nunca pudo llenarlo del todo. Pero él soñaba. Era un gran soñador. Yo lo veía ir y venir, observando esa esperanza ingenua en sus ojos, sin entender del todo la magnitud de la lucha que lo carcomía.

La esperanza de mi padre se encontró con la crueldad de la guerra. Alacasser, ese campesino que creyó, que se unió a Fausto buscando libertad… cayó en batalla. La noticia, me golpeó con la fuerza de un puño en el estómago. De pronto estaba completamente sola en este mundo. Su muerte no solo me dejó huérfana…. Sembró un rencor. Un rencor profundo, inquebrantable, que se me clavó en el alma y nunca me abandonaría. Era hacia el Imperio.

Año 1446

Ullathorpe ya no era un hogar. Cada esquina, cada rostro cansado, cada recuerdo… todo estaba ahogado en desilusión. Con el corazón apretado por el resentimiento y el dolor, partí hacia el este. Sin rumbo claro, solo con la necesidad instintiva de dejar atrás el pensamiento a pérdida que se me había pegado a la mente. Dejar Ullathorpe fue apenas el primer paso hacia el infierno. Sobrevivir era una obsesión diaria, el camino sin rumbo claro, me llevó a un desierto. El sol era un martillo constante sobre mi cabeza, el aire, un horno que me robaba el aliento. Cada paso era una tortura en la arena ardiente, cada respiro. La sed me secaba la garganta, la desesperación me susurraba al oído que me rindiera, que me tumbara y dejara que la arena me reclamara. Caminé. Un día y una noche enteros, bajo el sol abrumador y luego bajo la luna helada, con los dientes apretados, la voluntad de seguir adelante siendo mi única posesión.

Rinkel; Mi nuevo hogar y mas..

Al día siguiente, con el sol pegando en mi frente, lo vi, a lo lejos. Como un espejismo que mis ojos cansados apenas podían creer: Rinkel. Una ciudad portuaria. No era hermosa, era sucia, ruidosa, llena de gente de dudosa moral. Pero estaba allí. Un lugar inhóspito, pero que por pura necesidad y agotamiento, usaría como hogar.

En Rinkel, mi camino se cruza con Khiuba, un viejo enano, maestro carpintero. Recuerdo que no lo busqué, yo estaba sobrevivia, buscando comida y un techo. Pero, como un capricho del destino, fue él quien me encontró.

Me vio, no sé cómo, entre el bullicio del puerto, quizás mi desesperación le resulto interesante. Con una sabiduría brutal y una paciencia que no esperaba de un enano, me tomó como su alumna. De sus manos ásperas y fuertes, aprendería el oficio de la carpintería, ese arte de transformar la madera. Mis manos encontraron un consuelo inesperado, un respiro de la brutalidad de mi pasado. Fue una nueva forma de ver el mundo, de reconstruir algo, aunque fuera pequeño, después de tanto caos. Él me dio un propósito cuando no tenía ninguno.

Historia intermedia


Año 1497

Los años en Rinkel se me escurrieron entre los dedos. Con Khiuba, sentía que había aprendido todo lo que había para aprender sobre la madera, sobre el vaivén del mar y los secretos que guarda. Él viejo enano, era fuerte, pero hasta la piedra más dura se desgasta con el tiempo. Falleció. Simplemente se apagó, vencido por esa longevidad que a los enanos les es propia, y que a mí, bueno, aún me quedaba un trecho para entender.

La Navegación hacia Rhagnark

Días después de la muerte de Khiuba, Rinkel se volvió insoportable. Cada calle, cada rincón, parecía cargado de su ausencia. El mar, en cambio, siempre había ejercido sobre mí una atracción silenciosa, un murmullo constante que prometía algo distinto, algo nuevo. Entre las pertenencias que dejó Khiuba, encontré el viejo galeón que alguna vez me había prometido. Lo tomé sin dudar. Ya no era una novata: mis habilidades como navegante, forjadas en los muelles de Rinkel y perfeccionadas con las enseñanzas del viejo enano, eran firmes y seguras. Las velas se inflaron con el viento, y con el timón entre mis manos, puse rumbo a Rhagnark. Dejaba atrás el polvo, el bullicio y una ciudad que, sin Khiuba, ya no podía considerar mi hogar.

Illiandor…. (Año 1500 aproximadamente)

Las costas a las que llegué eran frías, barridas por un viento cortante que calaba hasta los huesos. A lo lejos, un arroyo serpenteaba hacia el interior. Un hilo de agua dulce que, sin saberlo, me guió tierra adentro. Lo seguí, y así, casi sin buscarlo, me adentré en las cercanías de una ciudad. Illiandor. La ciudad de los muros blancos y techos de pizarra. Fue allí donde decidí quedarme. Volví a sentir la madera bajo mis manos, pero no era la de un taller olvidado, sino la de los grandes barcos, la que huele a mar, a sal y a promesas de horizontes lejanos. Y fue aquí, en Illiandor, donde decidí dar un gran paso : me volví Republicana. No por una fe ciega, sino por un intento de recordar los ideales de mi padre, Alacasser, y de luchar por las mismas causas por las que él dio la vida. Me convertí en la Astillera de esta ciudad, realizando navíos para los nuevos reclutas de la Republica.

Año 1582: Visita a Suramei y el Comienzo de la Guerra

Los años como Astillera en Illiandor pasaron como el vaivén de las mareas: intensos, silenciosos y llenos de propósito. Un día, en medio de una búsqueda particular, decidí partir nuevamente. Había oído rumores sobre un antiguo pergamino, uno que prometía aumentar la velocidad de ataque en combate. Intrigada, embarqué rumbo a Suramei, siguiendo las pistas como quien persigue un eco entre las olas. La ciudad se encontraba entre bullicios. Mientras me dirigía al banco, un alboroto me arrastró hasta la plaza, a los pies de la estatua de Fausto. Allí, Ecnath, el líder Republicano, y Fayne, su teniente, se enfrentaban. Vi a Ecnath pronunciar las palabras de destierro. La confusión se metió en mi. No entendía la política interna, pero la rabia de Fayne era cruda y real. La vi huir, su figura una mancha en la multitud. Y luego, un susurro. Un elfo Drow cerca de mí, murmuró algo sobre una declaración de guerra de Fayne en el Consejo de Embajadores, una traición que había provocado la ruptura de facciones. En ese momento, algo se removió en mí. No era fe ciega, sino un impulso, un “sentimiento fiel” que la República había cultivado con promesas, y la imagen de mi padre muerto en la guerra se agigantó. Me encontré marchando, arrastrada por la marea, hacia Arghal….

Después de Arghal: La Amargura del Regreso (Año 1582)

El aire aún huele a humo, a la podrida traición de la esperanza. Arghal. Las laderas se ahogan con la sangre de los nuestros, de aquellos que fueron lo bastante estupidos en creer la promesa de la República, en el absurdo cese de esta locura interminable. Creímos que habíamos encontrado una senda, que la unidad contra el Caos era posible. ¡Qué necios fuimos!

Ecnath… su voz, esa que creí inquebrantable, se ha silenciado para siempre. Su convicción, su liderazgo… todo aplastado bajo el avance de las bestias y la magia retorcida. Vi al embajador Imperial caer también, su armadura reluciendo una última vez bajo el sol moribundo. No siento alegría por su muerte, solo un vacío más profundo. Son solo más víctimas en este teatro de absurdos, donde las facciones se devoran a sí mismas mientras el verdadero enemigo se regocija.

Pero lo que me hiela la sangre, más que la derrota, más que la muerte de los líderes, es lo que creí imposible. Fausto. Su voz resonando en el campo de batalla, su forma volviendo a cobrar vida por la putrefacta vileza de Eishner, lo vi. Con mis propios ojos lo vi. Un sudario de sombras y su hacha negra, oxidada, tejiendo la vida donde solo debería haber cenizas. La resurrección… es algo que no comprenderemos tan fácil… ¿Qué clase de poder maligno se ha desatado para traer de vuelta a semejante criatura? Mi mente, que ha visto décadas de locura, se retuerce, apenas puede comprender esta profanación.

La República está en ruinas, al menos de espíritu. El corazón me pesa. ¿Es este el precio de la esperanza?

Las vetas de la madera que tallo siempre me han hablado de un orden, de la resistencia natural. Pero el caos de Arghal, la magia de Eishner que desafía la vida y la muerte, es una veta retorcida que no puedo comprender. No queda en mí la ilusión que sentí por la República. Solo una profunda y amarga certeza: el curso de la realidad se lastimó , y lo que se arrastra desde la brecha es una oscuridad que se niega a morir.

Tiama: La Verdad del Caos

El frío, se me metió hasta en los huesos aquí en el continente congelado. La guerra me había moldeado, sí. Me volví despiadada y sin sentimientos. Una cáscara endurecida. Sin piedad ni honor, solo la cruda supervivencia. Republicanos, Imperiales, incluso Caóticos… sus vidas se sumaron a la lista de muertos que dejaba. Me di cuenta, con claridad, que no, no estaba en línea recta hacia ninguna alineación. Todas las facciones me decepcionaron.

Ahora, el hielo de Tiama, esta ciudad gris y gélida, era un espejo. El frío exterior emparejaba el interior. Ya no quedaba espacio para la ingenua compasión, ni para esos “sentimientos fieles” que, para mi vergüenza, alguna vez me empujaron.

Y aquí, entre la nieve y el viento cortante, me reencontré con Navi. No la había visto desde nuestra despedida en Rinkel…. El tiempo, y algo más, la cambiaron. Su piel seguía verdosa, pero ahora había una dureza en sus ojos.

Lo que me heló la sangre más que el viento fue su confesión: Navi pertenecía a las Hordas del Caos. Ella, la gnoma peculiar, abrazaba lo que el mundo temía, lo veía como liberación. Y, para mi sorpresa, yo sentía una extraña atracción hacia ese abismo.

No hubo introducción. Su voz, tranquila, firme, me golpeó con una honestidad desarmadora. Khylz, Una breve pausa para centrar su mirada en mis ojos.

Tú y yo hemos visto las mentiras, ¿no? Del Imperio, su 'paz' de oro. De la República, sus 'ideales' falsos, de un pueblo libre y corrompida por un líder resurrecto.

Se acercó. No hay solución en su orden. Más engaños, más líderes incautos que te arrastran a la miseria, a la guerra sin fin. Respiró hondo. La verdad, Khylz, el mundo necesita un reinicio. Una purga total.

Y soltó la propuesta, sin sorprenderme. Únete a las Hordas, Khylz. Aquí no hay mentiras. No hay reglas hipócritas. Solo la verdad de la fuerza, la imposición de un nuevo orden mundial, forjado en la devastación. Su mirada no mostraba remordimiento, solo convicción. Aquí no hay líderes incautos que traicionen. Solo asegurar los linajes más fuertes. El caos es el único cambio real. La única forma de limpiar la podredumbre. Y, por primera vez en años… Khylz, siento que lo entiendo. Que lo deseo.

No respondí. Mis ojos se perdieron en la tundra. Su lógica… chocaba con lo que la vieja Khylz había evitado. Pero resonaba, maldición… Quizás, en la devastación, en ese abismo, se encontraba una forma retorcida de honestidad. Y, lo peor de todo, una extraña y oscura belleza que me atraía.

Mi Llegada a Orac

El viento en Tiama era un lamento que había dejado de escuchar hace tiempo, una queja constante que se perdía en el eco de mis propios pasos. Cada metro de ese viaje infernal hacia Orac era un paso más profundo en el abrazo del Caos que corrompía mi alma. No era un peso, no; era una inyección de pura adrenalina, una corriente implacable de furia que me empujaba. A mi lado, Eldritch, silencioso y mortal como siempre, y Mednat, con su risa gutural que me ponía los nervios de punta, eran los compañeros perfectos para esta locura. Juntos, habíamos abierto una brecha en incontables Dungeones y Mazmorras, dejando tras nosotros un rastro de muerte tan vasto que contar los cuerpos ya no tenía sentido. Esos pasadizos subterráneos, que otros temían, se convirtieron en meros corredores para nuestro avance, y cada grito de agonía resonaba como un himno al Caos.

Al pisar la tierra de Orac, sentí algo… extraño. Una punzada de familiaridad, casi como un regreso a casa. Aquí, el hedor a orden y ley que tanto detestaba era casi imperceptible. Era como volver a mi verdadero hogar, un lugar donde la esencia pura del Caos fluía sin restricciones. Eldritch y Mednat, con una mirada de entendimiento que no necesitaba palabras, siguieron su camino para reunirse con su clan. Finalmente, llegué a un gran templo. Unos imponentes guardias caóticos custodiaban una entrada subterránea, el verdadero umbral al infierno. Al cruzarla, el aire se volvió un horno insoportable; cada respiración quemaba mis pulmones. En el corazón de esta, logre observar con determinación: a la derecha, la figura imponente del antiguo Republicano Dharian, ahora un comandante de la Legión infernal, su rostro transfigurado por la corrupción del Caos. A su izquierda, Ximaru, el líder del comité oscuro, su presencia una sombra de astucia y malicia. Y en el centro.. Sakara, su poder y su presencia tan vastos que parecían consumir la mismísima luz.

Con la frente alta, avancé. Mis botas resonaron en el silencio expectante . Me detuve ante Sakara, y mi voz, aunque cansada por el largo viaje, salió firme: “Vengo a ofrecer mi arco a las fuerzas del Caos. Vengo a unirme a vuestras filas”. La aceptación de Sakara fue casi instantánea. mi lista de muertos, contaba con más de mil almas segadas, superaba con creces sus requerimientos. Fácilmente, les había regalado un centenar más. :caos: Un nuevo demonio había llegado a casa.

Presente, aspiraciones y futuro


Su hogar, sigue siendo el Continente Congelado, un paisaje tan desolado como el que lleva dentro. Su vida al margen solo suma enemigos aniquilados, forjando un camino de sangre y desapego. Una fuerza fría y brutal la empuja sin remedio hacia las Hordas del Caos, no como una seguidora ciega, sino como una depredadora que ha encontrado su lugar. Rara vez se arrastra hasta la ciudad portuaria de Rinkel para un respiro. Se la ha visto con todo tipo de guerreros, y no existe la piedad en su ser, no queda espacio para ella en lo que hace. Sus aspiraciones ya no son las de un superviviente o un observador de la fatalidad. La brutal verdad de este mundo roto, la incomprensible oscuridad que el caos desató, ahora la atrae no solo como un destino, sino como una oportunidad de poder.

Su futuro, es el de una ascensión implacable dentro de las Hordas del Caos. Ha visto la desorganización de la anarquía y cree que puede moldearla, dirigirla con la misma precisión fría con la que alguna vez talló la madera o tensó su arco. Su meta es alcanzar la jerarquía más alta dentro de esta fuerza destructiva. Cree que solo desde esa posición podrá asegurar la purga total que anhela para el Imperio y la República, y quizás, solo entonces, encontrar algún tipo de paz en la desolación que quede.

khylz.txt · Última modificación: 2025/07/22 22:52 por behjer