Bajo Estandartes Azules
Hoy fue un día en que la historia volvió a escribirse. Con el filo de nuestras espadas, la firmeza del deber, y nuestro ímpetu por la victoria; en nombre del Imperio, y bajo los estandartes azules nos presentamos al campo de batalla. Con mi hacha en espalda, y con mi escudo en brazo intenté alentar a mis compañeros antes del combate. A mi lado, mis hermanos de la Sagrada Orden, junto a la Orden de Arand, y la Orden Thordore. Hombro a hombro, sin temor ni duda. Proteger nuestra torre era el máximo deber, siendo la fina línea que divide la gloria de la deshonra.
Desde el norte, los Republicanos avanzaron con determinación, firmes en su creencia de que su libertad se defiende con su absurda rebelión. Su empuje fue constante, como si cada paso estuviera respaldado por una causa tan profunda como la nuestra, pero desprolijo y descuidado. Fue allí en donde fallaron y comenzaron a caer uno por uno.
Desde el sur, las Hordas del Caos avanzaban sin precedentes; una marea de violencia ciega que no busca gloria ni razón, solo el quebranto total del orden y el balance en las tierras de Imperium. Aún así, por más ruido y desorden que hagan, su bastión fue el primero en caer, y eso nos dio paso a nosotros para acabar con el resto de los secuaces de Sakara, y lo que posteriormente conllevaría a nuestra victoria sobre la República.
El Imperio no cede. El Imperio no duda. El Imperio no cae.
Con una coordinación casi impecable y una estrategia clara, viramos el curso de la batalla postrando una voluntad de hierro. Nos convertimos en muro ante el norte, reteniendo el avance Republicano para ganar tiempo y permitirle a nuestros aliados acabar con las Hordas del Caos. La caída de la torre caótica fue la señal para replegarnos, reunirnos, y comenzar con la perdición de los republicanos.
Cada golpe de mi hacha se alzó por el deber; cada embestida con mi escudo, por la justicia. No hubo rincón del campo donde la llama imperial no se hiciera sentir. La nieve se teñía de rojo, los trozos de estandartes dorados se replegaban en el suelo completamente pisoteados por el avance Imperial.
Hubo caídos, sí. El deber se cobra su precio. Pero ni el miedo ni el dolor quebrantaron nuestra virtud, cuando los estandartes enemigos comenzaron a inclinarse y su torre se desmoronaba en pedazos, supimos que la victoria era nuestra.
Hoy, los bardos podrán cantar que el Imperio triunfó. Pero yo les digo más: hoy, el Imperio demostró por qué merece prevalecer. Que se recuerde este día; que se honre a los caídos, y que el azul y dorado siga ondeando alto mientras haya un alma justa para empuñar nuestras armas en batalla y salir victoriosos una vez más.
El Imperio observa. Hoy más que nunca.
¡Que viva!
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Autor: Erikur